Nostalgia de fin de año desde el punto de vista del inmigrante
- conviviocolorado
- hace 6 días
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Esta será mi Navidad número 23 en Colorado. Veintitrés navidades lejos de Guatemala. Y aunque el tiempo pasa, hay nostalgias que no se gastan; solo aprenden a acompañarnos en silencio.
En Colorado, la Navidad es preciosa. De postal. Pinos cubiertos de nieve, luces perfectas, olor a canela y azúcar, mercados, conciertos, caminatas con frío. Todo es ordenado, bonito, casi impecable. El 24 se duerme temprano; el 25 se despierta con regalos, desayuno en familia y un día tranquilo que se disfruta sin apuro.
En Guatemala, la Navidad no se mira: se vive. Y se vive con bulla.
Desde mediados de diciembre, las posadas llenan colonias y pueblos. El tuc-tuc de las tortugas anuncia que alguien viene a buscar posada. Se abre la puerta, se sirve ponche, se reparten tamales. “Comámonos un tamal” es más que comida: es tiempo compartido, hospitalidad, pertenencia.

La Nochebuena alcanza su punto máximo a medianoche: el abrazo, los regalos, los cohetes, la música, los vecinos entrando y saliendo. El 25 es para recuperarse, comer recalentado con pan francés, quitarse la goma y dormir sin culpa.
Después de tantos años lejos, sigo extrañando lo mismo: las tradiciones, la familia, los amigos y la comida. Todavía esperamos la llamada de Guatemala a medianoche, con tanta bulla de fondo que apenas se distinguen las voces entre los cohetes. La Navidad allá huele a pólvora, como aquí el 4 de julio. Ese olor que deja una neblina en el aire y que, para mí, sigue siendo pura magia.

Tal vez por eso, quienes migramos pasamos la vida recreando hogar donde podamos. Con sabores, con aromas, con pequeños rituales que nos acercan, aunque sea un poquito, a lo que dejamos atrás.
Esta Navidad, los esperamos en el café. Para compartir un cafecito caliente, llevarse algo especial y, con suerte, llevarse también un pedacito de Navidad a casa. 🎄☕










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